Comentario de 1 Corintios 6,12-20 - La Fornicación

Carta I de San Pablo a los Corintios 6,13c-15a.17-20.


Hermanos:
El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo.
Y Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder.
¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo?
El que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él.
Eviten la fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo.
¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen,
sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.

Biblia Pueblo de Dios


Comentario Bíblico

1. La segunda lectura está tomada de 1ª Corintios, una carta muy compleja desde muchos puntos de vista. Y para comprender esta carta y este texto de hoy debemos conocer algunas cosas de aquella comunidad de la capital de Acaya, en la que Pablo se empeñó a muerte en su misión de apóstol y en ofrecer una identidad verdaderamente cristiana a esta comunidad. Se trata de un texto que debemos saber contextualizar y conocer por qué lo escribe San Pablo. Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo. Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.

2. Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no son más que irracionalidad y ceguera. La actualidad de este tema hoy, sabemos que se puede cifrar en entregar nuestro cuerpo, nuestra persona, nuestra mente y nuestra voluntad a la droga o al dinero. También aquí, con esta simbología del “cuerpo”, se sugiere la verdadera dignidad de nuestra vocación humana y cristiana.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura


Comentarios Primera Carta a los Corintios, capítulo 6,12

Todo me está permitido. Estas palabras seguramente Pablo las había dicho, pero algunos las repetían para justificar su mala conducta. Por eso Pablo completa y precisa lo que había dicho: pero no todo me conviene.

La comida es para el estómago. Sin duda que también se repetían estas palabras para decir que el libre uso del sexo era algo muy natural. Pero Pablo inmediatamente agrega: el cuerpo es para el Señor.

Pablo, pues, distingue entre lo que es puramente biológico en el cuerpo y lo que pone en juego a toda la persona humana. Beber y comer son necesidades del «estómago» (ahora se diría: del «cuerpo»). Pero, en la unión sexual, dice Pablo, uno entrega su «cuerpo» en el sentido hebraico de la palabra, es decir, su misma persona. Por esta razón, los que pertenecen a Cristo no pueden darse a una prostituta.

Pablo se topa aquí con el mismo problema que lo había llevado a intervenir en 1 Tes 4. Para los judíos, el criterio de toda la moralidad se hallaba en los mandamientos de la Ley; pero nadie se preguntaba hasta qué punto esos mandamientos reflejaban un orden eterno, o si más bien eran la manera de pensar de un tiempo o de una cultura. Era pecado todo lo que la Ley, interpretada por la comunidad religiosa, condenaba. Pero los griegos, los paganos, no reconocían esa Ley. Pablo recuerda los mandamientos en materia sexual (5,11 y 6,10; Ef 5,3) como lo había hecho Jesús (Mc 7,21), pero se cuida muy bien de constituirlos en el único criterio de lo que es bueno y malo. Para él, lo que obliga al cristiano a controlar e incluso a frenar muy fuertemente el ejercicio de la sexualidad, es su vida «en Cristo», una vida que responde a un llamado de Dios, más que obedecer a las solicitaciones de la naturaleza.

La manera de responder de Pablo nos interesa particularmente hoy, en que la moral está en crisis. Desde hace siglos, por necesidad, la sexualidad fue vista en primer lugar como el medio para procrear; a partir de ahí se buscó cuál era la ley natural que ordenara el sexo, el placer y la procreación. Pero en la actualidad la unión no es en primer lugar para procrear, incluso cuando la procreación es deseada. La evolución cultural y la promoción de la mujer han hecho de la unión sexual, para un número cada vez más grande de matrimonios, el lugar de una relación humana excepcionalmente profunda.

Al mismo tiempo, la liberación de las personas —y la de las mujeres, que son las que llevan todo el peso de la maternidad—, ha puesto en duda las normas morales anteriores, que ahora nos aparecen muy ligadas a un tiempo y a una cultura. Los diversos países se han visto obligados, quiéranlo o no, aceptar el sexo prematrimonial, incluido el de los adolescentes, la homosexualidad, el aborto decidido por la madre, la elección de la maternidad sin matrimonio...

Frente a esta crisis de la moralidad, los cristianos disponen de referencias religiosas que los otros no tienen. Pero si no tienen más motivación que la obediencia a una ley natural válida para todos, caeránn en discusiones sin fin y muy poco convincentes cuando hablen de una sexualidad que se limita a la procreación. Habrá, pues, que hacer lo que hizo Pablo: sin olvidar las leyes escritas ya en el Antiguo Testamento, reconocidas por los apóstoles y la tradición de la Iglesia hasta nuestros días, habrá que decir que la conducta sexual del cristiano obedece, en primer lugar, a una lógica de la fe en Jesucristo. Ya no se trata tanto de definir lo que es «bueno» o «malo», sino de mostrar a dónde debe llevarnos el ejercicio y la experiencia del amor y de la sexualidad. Proclamar principios morales sin poner de relieve, en primer lugar, la dignidad eminente de nuestra humanidad creada a semejanza de Dios y luego consagrada a Cristo por el bautismo y la conversión, es querer recoger frutos sin antes haber plantado el árbol.

Biblia Latinoamericana

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