Joseph Ratzinger no es como Karol Wojtyla, quien convirtió su Papado como Juan Pablo II en un piolet contra la Cortina de Hierro y su figura como el gladiador más eficiente de la Guerra Fría. No es el agitador político que fue su antecesor en la Silla de San Pedro, que combatió ideológicamente a todos aquellos que desafiaran el pensamiento occidental conservador y los retara en sus propios terrenos. Pero Ratzinger, rebautizado Benedicto XVI el ser uncido como jefe de la Iglesia Católica, fue el hombre que empuñó la espada de la fe y salvaguardó las puertas de la doctrina, mientras Juan Pablo II buscaba el renacimiento del catolicismo en el mundo.
Ratzinger fue el hombre a quien Juan Pablo II designó en 1981 como el prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, tras casi dos décadas de haber sido uno de los expertos vaticanos en teología. Desde esa posición, en lo que para muchos fue la contrarrevolución de la Iglesia Católica que había dado un paso hacia la modernización en el Consejo Vaticano II en los 70s, Ratzinger se enfrentó a toda una corriente en América Latina que apostó por la opción preferencial por los pobres y que enfrentó a las dictaduras en el Continente.
Esta corriente fue bautizada en 1971 por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez como la Teología de la Liberación, que desafió la visión conservadora de la Iglesia al abogar por la justicia social y hacer un llamado a las armas contra la pobreza. Ese llamado chocó con las jerarquías y encontró muros infranqueables en países como Argentina, donde los cardenales y los obispos se aliaron incondicionalmente a la dictadura que masacró a más de 35 mil personas. Otros que abrevaban del pensamiento conservador, encontraron en la realidad que lo rodeaba, la justificación de la nueva teología latinoamericana.
En El Salvador, el asesinato del sacerdote Rutilio Grande y la creciente represión de los campesinos, modificó el comportamiento y la vida del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado por los militares mientras oficiaba, en el arranque de una larga guerra civil a principio de los 80s. En esa capital florecieron los adherentes a la Teología de la Liberación dentro de la Universidad Centroamericana, manejada por jesuitas, donde Jon Sobrino era el principal ideólogo, a la par de Leonardo Boff en Brasil y Juan Luis Segundo en Uruguay.
Ratzinger se propuso a neutralizarlos. Como prefecto, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió dos instrucciones donde cuestionaba la Teología de la Liberación entre otros aspectos porque, alegó de manera personal en un documento posterior, términos como la “esperanza”, el “amor” y la “salvación” habían sido re-intrepretados en los términos marxistas de la “lucha de clases”. Ratzinger, quien había formado parte de las Juventudes Nazis cuando estudiaba preparatoria en su provincia natal de la Baja Bavaria –requisito escolar entonces para los jóvenes en ese grado-, la había desdeñado como una invento de intelectuales occidentales que pretendían mantener vivo el agonizante “mito marxista”.
En 1983 acusó a Gutiérrez de interpretar políticamente la Biblia y de apoyar mesianismos temporales, por lo que El Vaticano lo marginó. Ratzinger prohibió a todos los sacerdotes enseñar esa Teología en nombre de la Iglesia Católica, con lo cual sufrió el modelo de Comunidades de Base Cristiana, que proliferaron en los países de América Central en guerra, como una opción social y política a la represión. El cardenal de la fe fue más allá y castigó a Boff con el silencio durante un año.
Boff, como Gutiérrez y Sobrino, tuvieron posiciones e ideas que perduraron en el tiempo y sobrevivieron a Ratzinger, para ser reconocidos años después en el mundo y por el propio Vaticano por sus aportaciones en la Teología de la Liberación. Como Benedicto XVI, no volvió a mencionar esos diferendos, como tampoco lo hizo con el suizo Hans Küng, considerado dentro de la Iglesia Católica al igual que él como uno de los teólogos más importantes del último siglo, con quien tuvo un largo enfrentamiento.
Por instancia de Ratzinger, El Vaticano le canceló la licencia a Küng para enseñar teología tras haber escrito el libro “¿Infalible? Una Interrogante”, donde cuestionaba el dogma de la infalibilidad papal. Ratzinger, que enseñó dogma en universidades alemanas, lo citó en 1975 a discutir con él, pero nunca se presentó. Küng se convirtió en un crítico de Juan Pablo II, que estaba a la derecha de Ratzinger, y el choque teológico que tuvieron se convirtió en uno de los episodios intelectuales más intensos dentro de la Iglesia Católica en la última parte del siglo pasado. Veinte años después, Küng acudió a El Vaticano invitado por Benedicto XVI donde firmaron la paz y redactaron al alimón un comunicado de reconocimientos mutuos.
Ratzinger fue un guerrero como Wojtyla, pero en las ideas, no en la política. Nacido un Sábado Santo, el 16 de abril hace casi 85 año- en Marktl am Inn, de padre policía que era profundo anti-Nazi y una madre hija de artesanos, entró al seminario a los 12 años del cual salió sólo cuando fue auxiliar de artillero aéreo nazi en la Segunda Guerra Mundial. Paulo VI lo hizo arzobispo de Munich y más adelante cardenal. Juan Pablo II lo llevó a El Vaticano y lo hizo el guardián de la fe católica. Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI en 2005, y en su primera audiencia general en la Plaza de San Pedro, el 27 de abril, explicó por qué había escogido que lo llamaran así, en recuerdo de Benedicto XV, “el valiente profeta de la paz”, cuyo nombre, como el de él, significa “bendecido”.
Por Raymundo Riva Palacio
Vanguaria Mexico 25 marzo 2012
Ratzinger fue el hombre a quien Juan Pablo II designó en 1981 como el prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, tras casi dos décadas de haber sido uno de los expertos vaticanos en teología. Desde esa posición, en lo que para muchos fue la contrarrevolución de la Iglesia Católica que había dado un paso hacia la modernización en el Consejo Vaticano II en los 70s, Ratzinger se enfrentó a toda una corriente en América Latina que apostó por la opción preferencial por los pobres y que enfrentó a las dictaduras en el Continente.
Esta corriente fue bautizada en 1971 por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez como la Teología de la Liberación, que desafió la visión conservadora de la Iglesia al abogar por la justicia social y hacer un llamado a las armas contra la pobreza. Ese llamado chocó con las jerarquías y encontró muros infranqueables en países como Argentina, donde los cardenales y los obispos se aliaron incondicionalmente a la dictadura que masacró a más de 35 mil personas. Otros que abrevaban del pensamiento conservador, encontraron en la realidad que lo rodeaba, la justificación de la nueva teología latinoamericana.
En El Salvador, el asesinato del sacerdote Rutilio Grande y la creciente represión de los campesinos, modificó el comportamiento y la vida del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado por los militares mientras oficiaba, en el arranque de una larga guerra civil a principio de los 80s. En esa capital florecieron los adherentes a la Teología de la Liberación dentro de la Universidad Centroamericana, manejada por jesuitas, donde Jon Sobrino era el principal ideólogo, a la par de Leonardo Boff en Brasil y Juan Luis Segundo en Uruguay.
Ratzinger se propuso a neutralizarlos. Como prefecto, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió dos instrucciones donde cuestionaba la Teología de la Liberación entre otros aspectos porque, alegó de manera personal en un documento posterior, términos como la “esperanza”, el “amor” y la “salvación” habían sido re-intrepretados en los términos marxistas de la “lucha de clases”. Ratzinger, quien había formado parte de las Juventudes Nazis cuando estudiaba preparatoria en su provincia natal de la Baja Bavaria –requisito escolar entonces para los jóvenes en ese grado-, la había desdeñado como una invento de intelectuales occidentales que pretendían mantener vivo el agonizante “mito marxista”.
En 1983 acusó a Gutiérrez de interpretar políticamente la Biblia y de apoyar mesianismos temporales, por lo que El Vaticano lo marginó. Ratzinger prohibió a todos los sacerdotes enseñar esa Teología en nombre de la Iglesia Católica, con lo cual sufrió el modelo de Comunidades de Base Cristiana, que proliferaron en los países de América Central en guerra, como una opción social y política a la represión. El cardenal de la fe fue más allá y castigó a Boff con el silencio durante un año.
Boff, como Gutiérrez y Sobrino, tuvieron posiciones e ideas que perduraron en el tiempo y sobrevivieron a Ratzinger, para ser reconocidos años después en el mundo y por el propio Vaticano por sus aportaciones en la Teología de la Liberación. Como Benedicto XVI, no volvió a mencionar esos diferendos, como tampoco lo hizo con el suizo Hans Küng, considerado dentro de la Iglesia Católica al igual que él como uno de los teólogos más importantes del último siglo, con quien tuvo un largo enfrentamiento.
Por instancia de Ratzinger, El Vaticano le canceló la licencia a Küng para enseñar teología tras haber escrito el libro “¿Infalible? Una Interrogante”, donde cuestionaba el dogma de la infalibilidad papal. Ratzinger, que enseñó dogma en universidades alemanas, lo citó en 1975 a discutir con él, pero nunca se presentó. Küng se convirtió en un crítico de Juan Pablo II, que estaba a la derecha de Ratzinger, y el choque teológico que tuvieron se convirtió en uno de los episodios intelectuales más intensos dentro de la Iglesia Católica en la última parte del siglo pasado. Veinte años después, Küng acudió a El Vaticano invitado por Benedicto XVI donde firmaron la paz y redactaron al alimón un comunicado de reconocimientos mutuos.
Ratzinger fue un guerrero como Wojtyla, pero en las ideas, no en la política. Nacido un Sábado Santo, el 16 de abril hace casi 85 año- en Marktl am Inn, de padre policía que era profundo anti-Nazi y una madre hija de artesanos, entró al seminario a los 12 años del cual salió sólo cuando fue auxiliar de artillero aéreo nazi en la Segunda Guerra Mundial. Paulo VI lo hizo arzobispo de Munich y más adelante cardenal. Juan Pablo II lo llevó a El Vaticano y lo hizo el guardián de la fe católica. Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI en 2005, y en su primera audiencia general en la Plaza de San Pedro, el 27 de abril, explicó por qué había escogido que lo llamaran así, en recuerdo de Benedicto XV, “el valiente profeta de la paz”, cuyo nombre, como el de él, significa “bendecido”.
Por Raymundo Riva Palacio
Vanguaria Mexico 25 marzo 2012
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